06/04/2025
Cada primavera, cuando los vientos aún soplan fríos sobre los campos de Flandes y los adoquines crujen bajo las ruedas, el ciclismo se transforma en algo más que deporte: se vuelve leyenda. El Ronde van Vlaanderen, o Tour de Flandes, es uno de los cinco monumentos del ciclismo, una prueba donde la gloria se gana con piernas, cabeza y coraje sobre el traicionero pavé flamenco.
Desde 1913, esta carrera ha sido una oda de la dureza. No hay puertos alpinos, pero sí colinas cortas, empinadas y despiadadas, muchas veces adoquinadas, que castigan como si fueran montañas. En este terreno nacen los héroes del norte. Y en este escenario destacan dos nombres que hacen temblar hasta a los más valientes: el Koppenberg y el Paterberg.
KOPPENBERG VS PATERBERG: LA BATALLA DE LOS MUROS FLAMENCOS
Koppenberg – El infierno empedrado
El Koppenberg es el muro con más mística y miedo en el Ronde. Con 600 metros de longitud, una pendiente media del 11.6% y rampas que llegan al 22%, se ha ganado la fama de ser prácticamente imbatible cuando está mojado. Su adoquinado irregular y su angosta traza han obligado incluso a campeones como Bernard Hinault a poner pie a tierra.
Fue retirado del recorrido durante años tras un accidente polémico en 1987, pero regresó más tarde como un reto técnico y físico brutal. Hoy, su presencia en la carrera depende del clima y la seguridad, pero cuando aparece, marca una selección natural entre los aspirantes.
Paterberg – El muro hecho leyenda por un vecino
Menos largo pero no menos temido, el Paterberg nació de la visión de un vecino local que, en 1986, decidió adoquinar la colina detrás de su casa para atraer el Tour de Flandes. Así nació uno de los muros más decisivos de la carrera. Con solo 360 metros, pero una pendiente media del 12.5% y picos del 20%, su explosividad lo ha convertido en el juez final del Ronde moderno.
DOS COLOSOS, DOS ESTILOS, UNA MISMA LEYENDA
El Koppenberg representa la vieja escuela: peligroso, impredecible y mítico. El Paterberg, en cambio, es el símbolo de la era moderna del Ronde: diseño estratégico, espectáculo televisivo, y drama condensado en menos de medio kilómetro.
Ambos, sin embargo, encarnan el espíritu del ciclismo flamenco: sufrimiento, pasión y gloria sobre adoquines centenarios. Y en cada edición del Tour de Flandes, cuando el pelotón se acerca a sus faldas, el ruido de los fans y el crujido de las bicicletas anuncian que la historia está a punto de escribirse… otra vez.
No sabemos hasta qué punto es verdadera la historia… Pero en Flandes, donde cada piedra tiene una historia, a veces la ficción y la épica se mezclan tan bien como el barro con el pavé.